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lunes, 26 de mayo de 2025

El Día de la Escarapela


No fue un olvido. No fue un capricho. No fue una distracción. La decisión de Javier Milei de no usar la escarapela en el acto en conmemoración de la Revolución de Mayo es solo otro capítulo más en su plan sistemático de transformar a Argentina en una sucursal más de los Estados Unidos.

Una pieza más en ese rompecabezas que intenta borrar lo nacional, lo simbólico, lo que nos identifica, y reemplazarlo por los gestos del amo del Norte a quien, a diario, rinde pleitesía.

Milei no se contenta con el culto a Margaret Thatcher y con hablar de autodeterminación de los kelpers. No le basta con que, en octubre del año pasado, su gobierno haya utilizado el término “Falklands” en un comunicado oficial. Ni con su obsesión por entronizar al dólar como moneda corriente, entregando la poca soberanía económica que nos queda.

Todo eso es parte de una maquinaria que avanza a paso firme, vaciando los símbolos de contenido, vaciando al país de identidad.

La batalla cultural a la que tantas veces ha hecho referencia no se reduce al cambio de paradigma del Estado presente. Es una operación ideológica mucho más profunda que apunta a eliminar, destruir y desaparecer todo vestigio de argentinidad.

La no utilización de la escarapela en el acto del 25 de mayo es el golpe perfecto. Es un gesto cuidadosamente planeado. La bandera, el himno, el celeste y blanco. Todo debe pasar a segundo plano. Todo debe ser despojado de significado, vaciado de contenido, vaciado de identidad.

Basta con observar los colores que visten los funcionarios: el azul profundo, el rojo encendido, el blanco impoluto. No, no son los colores patrios, sino los de Estados Unidos. Es un espectáculo penoso y calculado, como la parodia grotesca de un teatro donde los actores están demasiado cómodos usando los disfraces del imperio.

La no escarapela no es un accidente. Es un mensaje: lo nacional no importa. Lo argentino no importa. Lo simbólico molesta, porque recuerda que hay una historia, una memoria, una identidad que no encaja con los manuales neocoloniales de Milei y sus secuaces. Y por eso debe ser arrasada, reducida a anécdota, a folclore inofensivo.

Mientras nos venden el verso de la “libertad”, lo que en realidad se construye es una rendición sin condiciones, donde se entrega lo económico, lo social y también lo simbólico y lo soberano.

En este nuevo orden, ni siquiera hay lugar para una escarapela.

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