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domingo, 11 de agosto de 2024

Los días con Narciso.

Por Horacio Orgambide

Amanezco, que no es mucho ni poco, es. Urge un café; sólo dispongo como reserva para orientar el deseo, con galletitas sin sal, las ofertas mandan, y el pecado capital del desclasado, un resto de dulce de leche. La pava, resignada a su destino, planta asentaderas en la hornalla y ya en el baño, el espejo devuelve la cara que aunque conocida, no deja de sorprenderme. Por reparador que haya sido el descanso nocturno, lo que veo
desalienta. Los párpados hinchados, la boca mustia, la frente extendiéndose hasta el infinito.

Mientras todos y todas nos hacemos preguntas o buscamos la funcionalidad de cada día, el tiempo tiene en claro que su destino es sólo transcurrir. Para no ser olvidado deja la marca de sus zapatos en cada quien hasta que la oscuridad de la muerte, otra que bien sabe lo que es laburar a conciencia, decide hacer lo suyo.

Cepillo los dientes, hago un cuenco con las manos para que el agua contenida lave los restos aún sobrevivientes del sueño y seco la cara que vuelve a encontrarse consigo misma en el espejo. Las noticias no mejoran. 

A partir de la imagen y su impacto, pienso en el resignificado de las fotos, las que ahora, con el novedoso andamiaje de la tecnología, los defensores de los designios de la RAE denominan "selfies".

Construidos como estamos por el mito, desde el nombre de los días de la semana hasta la mismísima concepción de la culpa, viene a esta cabeza vieja y loca, el relato sobre Narciso, el más bello de los bellos. 

Como animal racional sometido a los artilugios del psicoanálisis en distintas etapas de mi vida, pienso en el conflicto fundacional de su conducta. No se sabe con exactitud quiénes fueron su madre y su padre. Claro, usted me dirá que carajo importa si se trata de un mito. Si se detiene en la lectura del párrafo anterior hallará el sentido de esta reflexión y hasta le dejará en claro porque se reza un padre nuestro cuando el avión en el que viaja sufre una turbulencia.

Unos dicen que su padre fue el dios fluvial Cefiso y su madre Liríope. Otros aseguran que el muchacho nació de la unión carnal de Selene y Endimión. En la actualidad, días en los que parece que todo se trata de soltar, acaso para el personaje en cuestión, eso no haya sido posible y que su ensimismamiento se debiera a un conflicto de identidad. ¿Cómo saberlo?

Lo que sí me resulta significativo es que el castigo recibido, ser sometido a observarse tan sólo a sí mismo, deriva de su incapacidad de mirar, de reconocer la relación con el otro. Encontrarse con la otredad, con la amenaza de lo que nos excede, nos propone el desafío de enfrentar el vínculo con lo desconocido, con la diferencia. Nos desdibujamos en un principio para después ser uno con los otros, de lo que nunca se sale ileso.

Los dioses por aquel entonces, en este caso la decisión estuvo a cargo de Némesis, castigaban estas actitudes. ¿Capricho?, tal vez, el poder tiene sus zonas oscuras y el que escribe, como simple mortal, carece por el momento de los recursos indispensables para dar una respuesta definitiva.

Los altísimos del presente que prefieren pasar desapercibidos y menos frontales que sus antecesores, premian con la zanahoria del futuro más que improbable, a la difusión de la intimidad como espectáculo (no estaría nada mal recurrir a la lectura del libro de María Paula Sibila). Más desdibujada que nunca, la difusa línea que separa el ahora del después, nos enfrenta a la contradicción del hoy como única tarea para salir airosos, al menos intentarlo, del anonimato que aún con imagen y nombre no lo consigue y la certeza de un futuro próspero. Mostrar lo que queremos ser hasta creerlo. Construir la felicidad de mercado. Ser lo que el catálogo del deseo nos ofrece poniendo luz sobre lo que queremos que se vea. La sinécdoque: en este caso la parte iluminada que encandila la oscuridad. 

El todo, apenas una fracción de ese todo, nos hace la vida más previsible. Entre tanto, y ya que estamos, se suma a la discusión aquello de que no hay nada más inspirador que la incertidumbre. El cambio que en su supuesta prosperidad, no se cuestiona que nada cambia.

Vuelvo circunstancialmente al baño, en donde espera el único espejo de la casa. El susodicho que no tiene en este caso otra tarea que la de reflejarme, concede a mi subjetividad la posibilidad de verme mejor que hace un rato. Lo visto no me tranquiliza del todo pero tácitamente me autoriza a ponerme la campera, calzar la gorra para abrigar la calva y salir a cumplir con la tarea de la compra diaria. La intemperie está repleta de otros y otras. Se intercambian saludos de ocasión. Se escucha la voz del ajeno y en mi cabeza aparece el prójimo, se reinstala. Ellos y ellas llevan sus olores, sus sueños y hasta el último eco de alguna pesadilla. Ellos y ellas son para que yo sea. 

¡Ah! Olvidaba decirles como para terminar la historia de Narciso, que el fulano terminó suicidándose. Dicen quienes saben, que tomó esa decisión por no poder tenerse.

Por eso, tranquilos nosotros los no  agraciados. Los que andamos por ahí intentado ver nuestra inaccesible oscuridad.

¡Felices "selfies"!






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