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domingo, 4 de agosto de 2024

Filosofía de Cuarta

Por Martín Arroyo



Hace ya un tiempo, tras una inesperada partida de mi domicilio y el posterior regreso, me encontré con cambios implementados por la iniciativa de mis hijos. El reposicionamiento de los pocos muebles, el acondicionamiento de la estrechez de los ambientes, lo convirtieron en una casa. Es evidente que su concepción de hogar está bien instalada, al menos, mucho más clara que la mía. Sé que no buscaron convencerme de nada, como por ejemplo, de que este lugar que deja bastante que desear pueda ser deseable. Optimizar el espacio, el ingreso de la luz, sin pretender algo más que lo que piensan como mi comodidad, es emprender con naturalidad un acto amoroso.

Parece ser que se trata de hechos simples, concretos, palpables. Desear que otro esté mejor, que se sienta, en este caso por un retorno, bienvenido. Seguramente hay quien pueda abrir un juicio de valor sobre la relación neurótica de padres e hijos pero no es el ámbito en el que quien escribe pueda aportar algo de valor.

 Si antes dudaba sobre la veracidad de que cada cosa tiene un lugar determinado, desde ese entonces, lo hago con más intensidad y eso dificulta el hallazgo de certezas. Para ellos, los objetos tienen un espacio determinado distinto al mío. Si algunas cosas estuvieran en su lugar ¿Cómo dar por cierto que hubo razones que lo determinaran? Me cuesta convencerme de que todo se trata de practicidad. ¿Puede considerarse que hay un lugar para cada “que” y/o cada “quien”? ¿Habrá “alguna” o “alguien” que esté buscando su sitio? ¿Hay un “algo” más, que como objeto, nos coloca en posición? 

Por ejemplo, tras una sustitución de viejas cañerías de gas, el calefón que nos provee a mi vecina y a mí de bendita agua caliente debió ser instalado en un pasillo que comunica laberínticamente mi patio con el mundo exterior. Según las indicaciones técnicas, lo legislado al respecto para que la seguridad del usuario sea plena, “este”, el actual, es su lugar en el mundo. Hay una razón clara y contundente. El lector podrá asegurar que si en la primera construcción del inmueble la decisión del constructor hubiera sido la correcta, esto no hubiera ocurrido y su lugar no sería este, sino “su lugar”. Cabe recordar que en el momento de su instalación no se había determinado aún que fuera peligroso para la especie humana el sitio elegido, por lo que la ignorancia vigente en ese espacio de tiempo determinaba el “otro”, el “anterior” como “su lugar”. Aunque parezca irresponsable pensar que el tiempo puede modificar el espacio correcto que ha de ocupar ese “algo” o ese “alguien”, merodea por la cabeza de este fulano la idea del “no lugar” por contundente que suenen las razones prácticas para su ubicación.

Me corro del pensamiento por el absurdo y reconozco que el espacio disponible para cruzar el pasillo es más que suficiente para que una persona lo evite y no colisione con él. Por conocerme, supe desde un principio que a la ida o la vuelta le daría con la cabeza a la estructura y así ocurrió es dos oportunidades. Sé que seguirá ocurriendo y pensé en colocar objetos a izquierda y derecha del monumento al agua caliente pero en ese caso, los objetos deben ser exiliados de lo que acaso sea “su” lugar en el mundo aunque me niego a creer que lo haya. Tal vez por eso, por la suma innecesaria de desorden que innegablemente aporta la irrelevante aventura pseudo racional anterior y más por torpeza que por elaboración intelectual pueda entender que nada ni nadie tiene un lugar preciso que ocupar. 

Es cierto entonces, lo pienso ahora sobre la marcha por lo que tomarlo en cuenta como suficiente o adecuado para ser objeto de reflexión puede ser una pérdida de tiempo, que cuando se agotan los recurso intelectuales nace por su condición hermafrodita, auto generativa, la esperanza. No por la falta momentánea de respuesta, sino por la incapacidad de elaborar la idea. “La esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida misma defendiéndose” decía Julito y no sé si es cierto, pero suena mucho más lindo.

Es así, al menos momentáneamente, que entre mis hijos y el calefón, creo en la posibilidad de una sorpresa. Evito por ahora, acaso por un temor que como los buenos vinos se añeja, agregar una biblia aunque no cumpliría en este caso, con la premisa discepoliana de rigor. 

Me siento en la maltratada silla de plástico alguna vez blanca del patio a tomar mate y de paso, a elaborar una estrategia para no darle con la cabeza al calefón, De tan calefón, de tan clara que tiene su función a la que no renunciará hasta su completa disfuncionalidad, se deduce  que nuestra relación se basará en cómo evitar chocármelo. Tal vez por eso, y dado que por ahora soy un hombre intentando ejercitar la esperanza, entiendo que puedo aguardar a que me sorprendas aunque ni remotamente esté en tus planes. Si de eso se trata la esperanza, no me juzgues por ahora, estoy aprendiendo, trataré de que la espera sea con esta temperatura agradable, debajo de la generosa sombra amorerada, sin que se lave la yerba y sin azúcar. Seguramente esta novedad de cierta expectativa sea puesta a prueba cuando cambie el clima, oscurezca más temprano y las hojas del arbóreo entorno se vuelvan para el patio, lágrimas ocres que todo lo cubre. 

Ya empezó a girar el carrusel de las decepciones, tengo que cambiar la yerba. 

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