La lluvia castiga los techos con vehemencia. El el bar La Gloria, los baldes de metal desgranan melodĆas disonantes. Las goteras en su constancia, hacen sonar su sinfonĆa melancólica. Cada uno de los integrantes de la caterva se acerca al boliche como puede. El Chocho Maltarenz brilla por su ausencia. No sabemos exactamente el motivo pero lo imaginamos. Cuando el clima ofrece alguna alteración sustancial, el Chocho se encierra en su biblioteca intentando develar las razones mĆsticas, no cientĆficas, del porquĆ© de tal alteración. Lo conocemos lo suficiente como para perdonar y aceptar sus obsesiones.
El loco Dedello cierra el paraguas racinguista y le pide al mozo del boliche que lo guarde en un lugar seguro. Para el loco, desapegado por completo de los bienes materiales, el paraguas con los sellos de su club, guarda el germen de la Ćŗnica pasión que supera la razón. El viejo RodrĆguez, deja su camioneta frente al bar y con una corrida elefanteĆ”sica imgresa, bufeante. Imaginamos que ese esfuerzo lo mantendrĆ” dormido mĆ”s de lo habitual. El tano Richetti aparece con su capote amarillo y botas de goma azules. Ā”Uff! Dice el tano entre risotadas. Hace mención, intentando ser gracioso lo que nunca resulta, a que un tal Noe estĆ” en la esquina completando la carga y que en media hora, arranca. El mirlo Gómez nos sorprende. Empapado, vistiendo un traje cruzado de bastones verticales y zapatos charolados, trae en sus manos un ramo de flores. Los ya cadavĆ©ricos crisantemos blancos chorrean agua de lo lindo. Lo de "chorrean de lo lindo" bien se sabe, es una frase hecha y no es que al escribiente le parezca agradable lo acontecido. De paso y considerando que no relatĆ© mi llegada al boliche, les comunico que estoy hecho sopa. Lo de hecho sopa tampoco es literal.
Hechas las aclaraciones de rigor, sigo con el relato.
Ya sentados a la mesa y con las tazas humeantes, Richetti le preguntó a Gómez
los motivos del atuendo. DespuĆ©s de tararear tristemente un mĆnimo pĆ”rrafo de "sus ojos se cerraron" comentó que precisamente ese dĆa se cumplĆan ocho aƱos desde la muerte de su viejita. "Viejita", asĆ dijo el mirlo y no pude evitar la imagen de una anciana lavando ropa en el patio de un conventillo. El viejo RodrĆguez se despertó para lanzar un "en paz descanse" y de inmediato regresó al sueƱo.
El tano, que vive en estado de exageración sensible y una continua exaltación de la culpa, pidió que se lo excuse por el comentario y que no sabĆa sobre los hechos. El loco le palmeó la espalda al mirlo porque un gesto vale mĆ”s que las palabras. Yo preguntĆ© porquĆ© tenĆa con Ć©l el ramo de flores. El resto de la caterva, el viejo se despertó para hacerlo, me miraron con desaprobación. En ese momento cargado de emoción, mi pregunta parecĆa responder mĆ”s que un acompaƱamiento, a una averiguación de antecedentes.
El mirlo me miró a los ojos con una sonrisa. No sĆ© si estaba llorando. TodavĆa seguĆa goteando desde la cabeza a los pies.
ĀæSabes que pasa? Te cuento, dijo el mirlo acomodĆ”ndose en la silla. Mi viejita siempre quiso que me vistiera decentemente y si hay algo que odiaba, eran los crisantemos. Ya sĆ©, dijo Gómez, todos se preguntan porquĆ© si tanto los odiaba justo elijo crisantemos para esta fecha. Es que ella siempre decĆa que mi estado de constante distracción le daba ternura. Por eso los compro, los llevo y cuando llego a su tumba, me rĆo y le digo: uy viejita, este hijo tuyo siempre en babia.
Y ahà nomÔs le canto "La casita de mis viejos" que a mà mucho no me gusta pero a ella le encantaba. Con la voz quebrada se excusó de cantarla para nosotros aduciendo que la la gola, con esta humedad, conspira contra el ajuste de la afinación necesaria.
El loco disimuló como pudo una corta sorbida de mocos; el tano se tapó la cara, sollozante. El viejo pidió su ginebra y agregó no somos nada. Yo pensĆ© en lo efĆmero y el dolor de no ser algĆŗn dĆa de estos.
Inesperadamente y con el casco en las manos, el Chocho Maltarenz llegó al boliche, exaltado.
Hola muchachos, tengo data sobre el porquĆ© mĆstico de la tormenta, dijo con una sonrisa, en Ć©l, mĆ”s que sorprendente.
El mirlo, mÔs animado le pidió que desembuche.
Creo que a todos nos vino bien la excentricidad del Chocho. No estĆ” mal, al menos por un rato, olvidarse de la propia finitud.
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