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martes, 26 de noviembre de 2024

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Que será de Nosotros

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Por Martín Barandiarán.

Especial para A32 Premium


Hoy decido que mi caminata diaria sea en silencio. Necesito redescubrir en que ando cuando ando. Siempre la acompaño con mi dispositivo móvil y me informo sobre la actualidad. 

La última noticia, el debate político, las alternativas que atisben al menos el germen de una respuesta. Hoy quiero escuchar mi respiración, las voces de quienes me rodean, los ladridos de alarma de los perros que en sus casas me ven como una amenaza. Necesito saber de mí, aunque sospeche que las novedades no serán del todo buenas. Ver. Oír. 

Permitirme girar a izquierda o derecha caprichosamente. Desatender los recorridos pre establecidos. Es posible que no haya sorpresas. Quiero andar despacio en un paisaje que se transita con demasiada urgencia. Hay que ganar tiempo; aprovechar cada minuto productivo. 

El espanto me pide distracción. Me reprocho no haber previsto usar protector solar. Es temprano pero el sol no se dió por enterado y pega inclemente en los hombros. 

No hay caso. Aunque no acelere el ritmo, la idea del tiempo convirtiéndonos en económos silencia mi entorno. La idea toma vigor. Mientras una gota de sudor recorre mi espalda lenta, oleosa, pienso que somos lo que hacemos y también lo que omitimos hacer. 

Lo que intencionalmente se denomina lucha cotidiana, construcción del mérito, nos impone las incógnitas. Nos preguntamos por nuestro presente. Especulamos con lo propio en función de asegurar el tan improbable futuro. Sé que me repito. El nosotros es limitado. 

Lo conformamos con aquellos que por sangre o amor, forman parte de nuestro patrimonio afectivo. En este caso "los míos" suena espantoso. Las preguntas que quiero hacerme y que encabezan esta nota exceden ampliamente lo intimo o bien, pretenden incluir en esa intimidad la vastedad de esa multitud que late en todas partes. 

Se que pensará, que mientras el cronista empapado en transpiración y un tanto perdido en una desconocida calle rural, reflexiona sobre la realidad, el poder y sus esbirros utilizan la multiplicidad de las herramientas con las que cuentan para proponernos el cuestionario existencial. 

No se equivoca. Nuestra urgencia ahorra tiempo para ellos; estos "ellos" no están en mi "nosotros". El mensaje instituido es simple, contundente. El andamiaje tecnológico, el que consideramos el modo de comunicarnos y estar al tanto, nos ofrece el menú de cada día. 

La exquisitez de pertenecer es ficcional. Hay que llegar a tiempo. Vencer el cansancio, evitar los riesgos del aburrimiento. También podemos ser lo que no hacemos. Refundar la posibilidad de elegir por nosotros incluyendo a los otros. No soy afecto a la búsqueda de la felicidad pero si a la recuperación de la alegría. Le pido por favor que me corra de la risa estúpida y el optimismo. Ya sé que compartir más allá de un reel supuestamente pasó de moda. 

Camino a casa pienso en la recuperación del hábito con o sin ganas. Reformular la idea de insistir. Se que siempre irán un paso adelante y que tienen previsto lo que haremos pero aún frente a la casi segura derrota, las preguntas fundacionales sobre el sentido de la vida tendrán un asomo de respuesta. 

Si las respuestas políticas son lentas e insuficientes empujémoslas para que aceleren. Si todo sigue como va, sabemos que será de nosotros y que nos espera, porque le pasará a cada uno por separado y casi a todos a la vez. 

Escribamos el relato que encuentre las fisuras en la imposición del paradigma hipermoderno. Ya hemos charlado en esta columna sobre la necesidad de recuperar el sentido profundo de comunidad. 

No quiero abonar la teoría de Zygmunt Bauman, quien tras anticiparnos la proximidad de la liquidez terminó por concluir que reactivar los lazos sociales sólo podía cumplirse en pequeños guetos que acuerden en las premisas. Tampoco hay avenidas del medio por las que se puedan transitar las diferencias. 

Es síndrome de Estocolmo o resistencia y denuncia de la tortura cotidiana. “Imagino una pequeña comarca de privilegios protegida de las inclemencias del mundo exterior. En contraposición y dándole sentido, un mundo exterior donde está lo que sobra, lo que ya no se necesita. 

El afuera. Lo residual. Lo innecesario.” 16 En esta perversa construcción de la nueva libertad su usufructo pertenece a los dueños del boliche. Llego a casa. Me siento. Me quito con dificultad la remera empapada. Me desnudo para la ducha. Ya sin ropaje veo lo que soy aunque tal vez, hasta en esa condición no sea exactamente yo. 

Debo ducharme y sentarme a escribir una nota. Es muy posible que no sirva para nada o acaso, no siendo del todo escéptico, los ponga a pensar que es lo que pasa con su tiempo. 

Quien les dice, si es que lo recalculan, lean un resumen de "Tener tiempo" de Pascal Chabot o algo de ese nuevo metejón de Byung-Chul Han (lo de metejón no es por lo fugaz sino por lo obsesivo) que revisa la esperanza como revolución posible. Sepa disculpar las sugerencias de este lector caótico.

 Las nuevas preguntas deberán desatender las mesas de saldo. Sigo pensando que preguntarnos por cada uno es preguntar por buena parte de todo el resto

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