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miércoles, 9 de octubre de 2024

Boleto de ida ¿Y vuelta?

Por Horacio Orgambide

El tipo salta el molinete. Si paga el boleto la cuenta no da. Cansado de los fenómenos OVNI o acaso desfinanciados porque, validemos conspiranoias, ya nos gobiernan extraterrestres, un hombre de negro intenta detenerlo en pleno vuelo. Es innecesario graficar el enfrentamiento pero sucumbo a la tentación de una descripción somera. 

La tele, sólo en algunos pocos medios, repite la escena. El morocho de espalda ancha, gorra visera, mochila de rigor, mira que da miedo al disfrazado de orden encorbatado y después del forcejeo sigue camino al laburo. 

Me siento el idiota que en las películas de cowboys alienta a los cherokee. Entre los protagonistas de la historia no hay carapálidas; es una disputa en el transito por el territorio ajeno. Me observo  alentando al infractor y festejo que entre ambas bravuconadas se salga con la suya el rebelde con causa y no el cómplice low cost del poder. 

Los dueños del circo están lejos de los hechos. El que mira por la pantalla y los que se enfrentan son algo así como el hombre bala, la mujer barbuda, los hermanos trapecistas o el payaso Ventolina. Los titiriteros del poder estiran las piolas y ya verán que hacer si se cortan. 

En la cultura popular,  se acuñó una frase casi en desuso que viene de maravillas. "Ya te piqué el boleto" nos decían cuando quedábamos en evidencia, cuando el ejercicio de algún ardid quedaba al descubierto.  

El aumento brutal de transporte público, que por público afecta a los sectores más perjudicados por la inhumanidad del ajuste de turno,  es parte de la trampa, de una de las tantas excusas que ocultan  la transferencia de recursos de los más pobres a los más ricos. 

Dicen que el intento del estado de bienestar que desbarrancó hace rato, era una ilusión inoculada por el irresponsablemente denominado populismo. Se vuelve a imponer el discurso de los que nunca sufren. 

El acceso a la vida digna hay que pagarlo cueste lo que cueste, sobre todo si lo paganinis son los pauperizados ingresos de las mayorías. Rota la corrección política, la obediencia de los dirigentes parece profundizarse aún más. Un estado en vías de extinción, raquítico y pusilánime se desentiende de sus funciones básicas y se arma en defensa de la injusticia. 

El versito de la amenaza de la izquierda a las libertades de papel pintado queda cada vez más claramente al descubierto. La rima asonante se degrada, y la indignación ya comienza a enhebrar su prosa. El relato que se viene pinta como caótico. 

Los liderazgos que puedan conducir la rebelión siguen siendo cuestionados. Los traidores, que se pasan por el fundillo de los lienzos el supuesto compromiso con sus votantes, siguen jugando con fuego. 

Todavía arden los tizones del último reconocimiento a los supuestos héroes que descaradamente abonaron el camino del desastre. 

El poder hegemoníco tiene el boleto picado pero, eso si, todavía sigue viajando gratis.

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