El Viejo RodrĆguez que para la ocasión estrenaba remera blanca saludó con la mano en alto. El Mirlo Gómez, mĆ”s dicharachero aĆŗn que de costumbre, puso en pecho y garganta "Volver con la frente etc". Claro que estaba contento, pero a la felicidad habitualmente expresada por el amigo tanguero, el agregado de un par de picos a la botella de anĆs que nunca falta en su tapera, le agregó una sobredosis de excitación. El Chocho Maltarenz llegó reciĆ©n duchado. Al quitarse el casco pudimos observar el primer plano de su ya blanca cabellera empapada y peinada prolijamente hacia atrĆ”s. Sabemos que para el Chocho ese asomo de sonrisa en los labios significa mucho. Ya intentarĆ” intelectualizar la situación. Somos lo que somos y como dijo el catalĆ”n, mĆ”s allĆ” de cualquier esfuerzo, andamos siempre con lo puesto. El tano entró con los ojos llenos de lĆ”grimas y el cuello y la cara colmados de colonia. Aunque no es lo que generalmente pasa abrazó a cada uno incluyendo en la volada al bolichero. Ā”Salud la barra! gritó y como para consentirlo todos respondimos Ā”Salud!. El Mirlo, con el aliento anisado me murmuró al oĆdo "nobleza obliga".
A pesar de los 38° la vuelta de cafĆ© y las dos ginebras reglamentarias llegaron a la mesa. Era de esperar que cada uno contara lo acontecido en el jueves de ausencia, pero cada uno a su modo, me incluyo en la nómina, esquivó el bulto y de acuerdo a su lucidez para organizar argumentos, trĆ”nsito por vaguedades. El Mirlo insinuó que habĆa tenido visitas, pero no profundizó en la calidad del encuentro. El Viejo se Ć”nimo a decir que nos extrañó pero es tanto lo que tenĆa que hacer que se entretuvo de lo lindo. Lo mĆ”s llamativo es que no se durmió ni una sola vez en la velada. Acaso, otro lenguaje, otra gestualidad. El Tano estaba pasado de vueltas y sinceramente, habrĆa que consultar a los otros desarropados, no tengo idea de lo que dijo. AsĆ transcurrió todo. No tengo memoria de los temas abordados y ciertamente, no tiene importancia. Nos volvimos a encontrar. La buena costumbre de saber que hay otros con los que estar. Las caras, los olores, el sinsentido del paisaje al que le damos nombre y razón. Ese modo de tutearnos con la vida. La caterva, esa gentuza a la que pertezco, sigue viva. Una vida que suele llevarse de maravillas con la constante convalecencia de los olvidados.
”Salud la barra! Al final el Tano Richetti tiene razón. No hace falta mucho mÔs.
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