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El nĆŗmero es devastador. 19 millones de pobres en un paĆs que puede alimentar a 500 millones de habitantes.
O lo que es peor, mƔs de la mitad de los menores de 15 aƱos son pobres o indigentes.
La escalofriante cifra dada a conocer por el INDEC pone sobre la mesa no solo la responsabilidad que le corresponde a toda la clase dirigente (polĆtica, empresarial y sindical) sino tambiĆ©n el grado de hipocresĆa que los embriaga.
Si algo ha sido transversal en la Argentina, ademĆ”s de la corrupción, fue la pobreza. Desde el retorno a la democracia jamĆ”s se pudo llevar este Ćndice por debajo del 25 por ciento.
Por eso, me parece al menos irrespetuoso el show de “mirĆ” como me rasgo las vestiduras” de unos y de otros en todo tiempo y lugar.
Lejos de solucionar el problema de la pobreza, todos y cada uno de los gobiernos desde 1983 a la fecha se han dedicado a administrarla.
Algunos porque no han sabido cómo abordarla. Otros porque no han podido. Y algunos porque no han querido a pesar que estaban dadas todas las condiciones para, al menos, comenzar a combatirla.
AlfonsĆn entregó el mandato con un Ćndice de pobreza de 39,8 en medio de una hiperinflación. Menem por su parte dejó un saldo de 26,7. De la RĆŗa lo elevó en solo 2 aƱos al 35,4 por ciento. Duhalde alcanzó el 51,7 mientras que NĆ©stor Kirchner la bajó al 26,9. Cristina FernĆ”ndez recibió a Mauricio con un 30,1 y Macri la elevó al 35,4.
Alberto FernÔndez no se quedó atrÔs. Entregó su gobierno en diciembre del 2023 con un 41,7% de la población que no logró cubrir los gastos de la canata bÔsica.
Al mismo tiempo, la tasa de indigencia, referida a quienes no tienen cubiertas sus necesidades alimentarias, llegó hasta 11,9 por ciento.
En la era Milei, la pobreza en Argentina subió en 2024 y se ubicó en el 55,5% sólo en el primer trimestre del aƱo, segĆŗn datos del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA). Y no sólo eso. La quita de subsidios, la retracción de los salarios, el aumento de la desocupación y el alza en las tarifas y servicios propiciados por el actual gobierno hacen temer que en poco tiempo ese Ćndice alcance el 70 por ciento.
AsĆ los datos duros. La pregunta es ¿porque ahora nos impacta tanto?
Es cierto que las estadĆsticas del organismo oficial son desde hace unos pocos aƱos confiables y entonces contribuyen a que veamos la realidad como una daga incandescente punzando el corazón de todos y cada uno de los argentinos de bien, pero ese no es el punto.
A medida que han pasado los aƱos la calidad de la pobreza fue cayendo en picada.
Lejos quedaron aquellos aƱos en que los pobres podĆan con sus manos construir su propio techo en el terrenito comprado en cuotas en el conurbano bonaerense. Lejos tambiĆ©n los tiempos en donde por medio del estudio y el trabajo se podĆa ascender en la escala social.
Lo que impacta de estos tiempos ya no es la “inmovilidad social” sino que el movimiento es descendente.
Quien ha nacido hace apenas un lustro en la clase media hoy es pobre. Y quien nació en la pobreza, indigente. Y les asusta la posibilidad de estar peor.
El miedo. El miedo es el punto. La permanente sensación de que cualquiera puede convertirse en un nuevo pobre o un nuevo indigente es lo que asusta.
Pero no el miedo del pobre de seguir siendo cada vez mĆ”s pobre. El miedo de los que nunca lo habĆan sido, y que ahora sĆ lo son, y que no saben cómo afrontar esa condición es lo que asusta.
La implacable posibilidad de que muchos de esos pibes y pibas que conforman ese 52 por ciento de niƱes pobres asistan a escuelas privadas es el gran punto que espanta.
SĆ. Muchos de los menores de 15 aƱos que se encuentran bajo la lĆnea de pobreza son alumnos de escuelas privadas. Hasta fin de aƱo, luego deberĆ”n “caer” en la escuela pĆŗblica. Y eso espanta.
La alianza gobernante prometió “motosierra” y en un acto de cancherismo barrial redobló la apuesta: con una sonrisa socarrona tambiĆ©n encendió la licuadora.
Tal vez lo que asuste es verse por primera vez en ese espejo que nos devuelve la imagen de lo que en realidad somos. Una sociedad muchas veces indiferente ante el dolor y la necesidad ajena. Es como una especie de un nuevo "algo habrĆ”n hecho” para ser pobres con la diferencia que es nuestra conciencia la que nos lo dice.
La miseria estĆ” a la vuelta de cada esquina intentando jugar a la mancha con cada uno de nosotros.
Pero si hay algo mucho mĆ”s perverso que la mera declaración de la intención de combatirla es que nadie, desde el 83 hasta estos dĆas, ha definido que es pobreza.
Pobreza es sólo no llegar a fin de mes? Pobreza es no cubrir con el salario lo que marca la canasta bÔsica? En definitiva: Pobreza es sólo cuestión de guita?
Para poder combatir la pobreza primero se deberĆ” definir el ideal aspiracional a combatir.
Si abriĆ©ramos el diccionario y buscĆ”ramos la palabra “pobre” este nos deberĆa devolver, por ejemplo, algo asĆ como: “DĆcese de toda persona que carece de un salario que duplique la canasta bĆ”sica, que ademĆ”s no tenga la capacidad de ahorrar un 15 por ciento de su salario anual, que posea un automóvil de mĆ”s de 5 aƱos de antigüedad y que ademĆ”s no pueda costear los gastos de salud y educación en el sector privado”
Sólo cuando desde todos los sectores definamos ese ideal a combatir podremos entonces empezar a desterrar la pobreza.
Hasta que eso no ocurra navegaremos entonces entre la indiferencia y el espanto.



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