Y como si eso fuera poco y para hacer gala de su vocación
apátrida y cipaya desmantelaron el
Estado, destruyendo la industria nacional y abriendo indiscriminadamente las
puertas a importaciones a un dólar barato y una inflación desbocada. La
violencia física y el secuestro de vidas se entrelazaron con el cautiverio de
las ideas, dejando cicatrices que han marcado la historia del país.
Hoy, en la Argentina financiera de la neodictadura, la
represión se disfraza con nuevos nombres, pero la esencia permanece: el Estado
actual, en su obstinada falta de voluntad para sostener políticas inclusivas,
parece haber heredado esa oscura tradición de silenciar a los disidentes. Así
como antes se desaparecían personas mediante torturas y secuestros, hoy se
ocultan, marginan y trivializan ideas que podrían desafiar el orden
establecido. Se entrega la soberanía de nuestros recursos naturales y se
negocian políticas como si se tratara de mercancías en el mercado global,
mientras la Escuela de las Américas, símbolo de la manipulación ideológica, se
mantiene como un recordatorio de la entrega de la verdad a intereses externos.
La analogía es ineludible: el déjà vu de la intolerancia nos
hace cuestionar si hemos aprendido algo de nuestro pasado. Mientras la
represión física de aquellos tiempos se transformó en la agresión silenciosa
contra la diversidad de pensamiento, la dictadura y el presente convergen en un
ciclo en el que el miedo y la desigualdad siguen siendo herramientas para
mantener a raya el cambio. ¿Acaso la violencia de ayer y la injusticia de hoy
no son dos caras de la misma moneda?
Cada cifra de endeudamiento, cada política de apertura sin
control, y cada discurso que estigmatiza a los más vulnerables nos invita a
reflexionar sobre el precio de una modernización que se basa en la exclusión.
En este eterno déjà vu, la historia se repite en ritmos frenéticos y
desgarradores, dejando entrever que la lucha contra la intolerancia es tan
urgente hoy como lo fue hace 49 años.
La pregunta que se cierne sobre nuestro futuro es
ineludible: ¿podremos romper este ciclo, o seguiremos siendo víctimas de un
sistema que, al igual que en aquellos tiempos oscuros, se nutre del silencio y
la sumisión de las ideas? El desafío es construir una nueva Argentina, una en
la que la memoria no solo se recuerde, sino que sirva de base para forjar un
destino de libertad, justicia y respeto por la diversidad.
La sombra del pasado se alarga, pero la historia también es
una oportunidad para transformar lo vivido en lecciones y, finalmente, en un
futuro donde el valor de las ideas y la vida humana prevalezca sobre la
represión y el miedo.
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