El Chocho Maltarenz se pregunta si es posible que la rutina y la disrupción aĆŗn a los golpes, se lleven de la mano. La bĆŗsqueda intelectual de nuestro filósofo de cabecera y a la vez de cabotaje, se origina en la incómoda ocurrencia del dueƱo del boliche La Gloria. Ese Ćŗnico hijo que Ć©l y la finada Gloria (de allĆ el nombre del bar) trajeron en su soberbia de pseudo dioses a este despropósito llamado mundo, vive en Mar del Plata y le sugirió al padre pasar unos dĆas por allĆ. El m
Mirlo Gómez se dió por ofendido tras la decisión inconsulta del bolichero, que en un abrir sin cerrar de amor aceptó la ofrenda de inmediato. El tano Richetti, que desde siempre estĆ” abierto a la inmediatez de la emoción defendió desde su dudosa trinchera de opinión la elección del propietario. En estas circunstancias de viaje costero, el viejo RodrĆguez decidió que el mejor camino era el narcolĆ©ptico. Para el loco Dedello, acaso por primera vez al menos en pĆŗblico, aseguró que ese territorio, el sensible a distancia, no podĆa abrir juicio de valor. Yo, en un principio, que no pude elegir entre las opciones conceptuales del resto de la caterva, juguĆ© el rol del chabón que la va de original y sugerĆ que el jueves en discusión, deberĆamos hacernos cargo de la apertura del boliche y mantener nuestro ritual de encuentro.
El Chocho reflexionó sobre la dificultad de considerar como debatible un Ć”mbito de exclusiva determinación del otro en su alteridad. Luego se explayó sobre la teorĆa Sartreana en tanto una totalidad que se hace a sĆ mismo en relación con otros sujetos.
Como era de esperar el Mirlo entonó con un suave tono de confidencialidad "cada estación un pueblo, cada pueblo un andén, cada
andén un recuerdo", pÔrrafo poco recomendable de Un viaje en tren, de Jorge Padula Perkins, un autor al que sin demasiada explicación el tanguero que lo abduce suele recurrir. Dé
Dejate de joder Mirlo, el fulano tiene un solo crĆo y hace mucho que no lo ve, sentenció el viejo con las dos manos petreas, gigantes, sobre su generosa panza de titĆ”n. El tano Richetti, tendiente a la exageración, se puso de pie y dada su sobrecarga de series yanquis, comenzó a aplaudir desde la lentitud al Ć©xtasis de la aceleración la conclusión del viejo. Casi inmediatamente, y sintiĆ©ndose observado y juzgado, volvió a sentarse con una sonrisa de compromiso. Dedello se atrincheró en la proclama del alma grupal. Aunque dudando que otro boliche pudiera reemplazar el vientre casi materno de "La Gloria", aseguró que el lazo irreductible de la caterva no se romperĆa porque un jueves de mierda se reuniera en otra locación.
Aclaro que lo de locación es un recurso literario caprichoso y por cierto dudoso del autor. En ocasión de cualquier debate, el loco jamĆ”s utilizarĆa un tĆ©rmino tan soez.
Los contendientes, o sea nosotros, comenzamos a revolver nuestra memoria barrial y no encontramos un solo recinto que cumpliera con los requisitos bƔsicos para el encuentro.
No hubo decisión. El jueves que viene no serĆ”. El tano Richetti sugirió una reunión virtual. El Chocho salió a fumar un faso con la cabeza gacha, recurso personal que Maltarenz utiliza cuando la indignación lo supera. El Mirlo volvió a extender su inmensa planilla timbera y montó en la punta de su nariz los lentes de ver. RodrĆguez pidió otra vuelta de cafĆ© y Dedello ingresó en su introspección para no pegarle un bife.
Yo imaginĆ© a la caterva vistiendo su hĆ”bito de capucha y cĆngulo monacal, asistiendo al rito de su misa bolichera. No hay otro lugar posible para reunirse a desarrollar en dudoso orĆ”culo de jueves. El lugar donde todo pasa aunque no pase nada. El refugio de los desangelados; de los perdedores que aspiran esperanzados el logro de un empate. Un gol sobre la hora aunque sea con la mano en el que alguno de los dioses del catĆ”logo, haga la vista gorda.
A ninguno le falta en número telefónico de los otros. Nos comprometimos a estar en contacto a sabiendas de que eso no pasarÔ.
Prefiero no especular con lo que haremos ese dĆa. Pase lo que pase, sin dudas, serĆ” triste.
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