Los dioses que creamos son censores; los confeccionamos a la medida de nuestros miedos, de nuestros imposibles.
Los verdaderos altísimos son de carne y tobillo hinchado. Son la medida de lo inalcanzable y del exceso. Son el pecado que se paga mientras se limpia la pelota. La oscuridad que ilumina y te abraza con brutalidad y ternura.
Los giles, los hambreadores, los despóticos lacayos del poder no lo olvidan, ni lo ignoran, lo omiten.
Los dioses verdaderos yerran y aciertan en nuestro idioma, ese idioma que sólo traducen las almas impuras y los corazones rotos. Al ángulo Diego, como siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario