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miércoles, 5 de junio de 2024

Polvo de Pasión

Por Chucha Lingual // 


Mónica siempre había llevado una vida ordenada y predecible. 

A sus 55 años, y tras muchos años dedicados a 6to B, había conseguido jubilarse. Finalmente tenía tiempo para sí misma. 

Su marido, Manuel Gómez Peralta, contador y tesorero de un banco, no era el hombre más brillante. Rozaba apenas la inteligencia promedio. Ascendió a ese puesto, el de tesorero, por antigüedad; luego de 22 años de trabajos forzados en la caja 5, la del pago a jubilados. Toda su vida se basó en los números. Era el típico marido proveedor. Al menos en su imaginario a su mujer nada le hacía falta.

No tenían hijos. Nunca nadie supo si por decisión de la pareja, o por alguna imposibilidad biológica y su círculo de amigos era gente de un estrato social, al que su marido quería pertenecer y en el que ella sentía no encajaba. 

Su vida sexual era una extensión de esa monotonía: dos veces a la semana, nunca después de misa, y siempre tan rápida que ella nunca conoció el orgasmo.

Después de muchos años, Mónica advirtió el maravilloso contorno de su figura. Esa misma, que por años se había ocultado bajo un fino guardapolvo blanco. 

Mónica era un huracán buscado demoler todo a su paso. De medianos senos, firmes, turjentes y de rozados pezones. Su finísima cintura daba paso a sus caderas generosas. Y sus piernas... increíbles piernas, como si hubiesen sido delineadas por Horacio Altuna. 

Como se comportarían los adolescentes? Siempre quiso saberlo. Como serían esos berrinches. 

Una noche, casi sin darse cuenta, advirtió que desde su ventana podía verse el interior del cuarto de ese adolescente del que hasta ese momento desconocía su existencia. Quien era?. Su vecino sí, pero como se llamaba?, a que escuela iría?, cuantos años?, tal vez 17 o 18. Quizá 16. 

Decidió ocultarse tras el cortinado de voal. Sólo 7 metros la separaban del objetivo al que observava telescópicamente. 

El se quitó la ropa y eso la inquietó. sintió una mezcla de curiosidad y deseo. Se habrá dado cuenta de mi presencia? se preguntó mientras se ocultaba con cierta vergüenza detrás del contramarco de rugosa textura. 

Su pene era corvo, calculaba de unos 20 a 23 cm y se veía firme, muy firme, como una gruesa estaca de roble. 

Él comenzó a masturbarse. Con alocado frenesí, comenzó a agitar su mano hacia arriba y hacia abajo, una y otra vez mientras sostenía su masculinidad que, como un volcán incontenible, se enrojecía más y más y más. 

Cada movimiento era un deleite visual, y Mónica podía ver cada vena, cada arteria, infladas y palpitantes, como si fueran a estallar. Sentía un deseo ardiente, un fuego interno que la consumía.

Su cabeza se puso en cámara lenta. Aquel ímpetu adolescente se veía lento, muy lento, armónicamente lento. 

Desde aquel ventanal, la mujer del guardapolvo blanco recorría cada centímetro de esa "verga" con precisión quirúrgica y eso le generaba el deseo incontenible de gemir.

Un intenso fuego interior comenzó a recorrerla. "Es la menopausia" se dijo, aunque sabía que no. Se sintió húmeda, muy húmeda. Como si se le hubieran escapado unas gotitas de pis.

Se acarició, primero tímidamente, luego con más decisión. Su mano descendió por su vientre, encontrando su humedad creciente. Su respiración se aceleró No podía apartar la vista de esa verga en plena acción. Hasta sintió como su hirviente semen salpicaba su pezón

Ni bien eyaculó, él alzó la vista y la miró.


Continuará... 

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