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miércoles, 19 de junio de 2024

La casta está en orden

Por Martín Barandiaran // 


"Casta: Sistema social en el que el estatus personal se adjudica de por vida, por tanto en las sociedades organizadas por castas los diferentes estratos son cerrados y el individuo debe permanecer en el estrato social en el que nació."

Por ahí anda la definición del sustantivo que en el lenguaje doméstico ha tomado un protagonismo agonal en la disputa del poder. Algo así como la revolución que no revoluciona; que comprometiéndose a cambiar todo no cambia nada. Un retroceso en pugna de la nueva cultura moral o amoral? de los convivientes. 

Dirán los momentáneamente autodenominados libertarios que los que no asentimos con la tendencia que elaboró  la fallida escuela austríaca, queremos sostener vigente la fórmula del fracaso. Que estamos donde estamos por los estados fallidos. Que nadie puede intervenir en la construcción del propio destino; que aquello que les corresponde por propio derecho debe tenerse cueste lo que cueste.

No ingresaré en el complejo laberinto de la psicología, ciencia en la que sólo participo como neurótico, pero sí me permito recordarles que el derecho propio no es muy sano que digamos si lo construimos sobre el desmedro y desprecio al otro u otra. 

Se sabe que la otredad aterroriza y que paralelamente nos coloca frente a las diferencias. He aquí un conflicto nodal (significantes privilegiados que fijan sentido) que arraiga en un discurso único que de revisarse caería inevitablemente en conflicto. 

La sobrevaloración del sentido común que parece colocarnos frente a un nuevo paradigma del éxito, apunta a estimar la superación personal por sobre la búsqueda del bienestar general. Es allí  donde la idea de derribar el sistema de castas colabora gentilmente para sustentarlas, consolidarlas. 

Quien disienta con la tendencia de que el mercado no se equivoca, que la justicia social es una aberración, que la aporofobia es la reacción natural ante la vagancia de un universo amarronado, y que el que quiere educarse o sanarse podrá hacerlo sólo si puede pagarlo, no es un adversario ideológico sino un mero enemigo que atenta contra la libertad. 

Lo nuevo, con otros métodos de dominación, se parece cada vez más a lo viejo. La concentración económica se vuelve cada vez más descarnada y violenta.

Nos parece disruptivo y hasta novedoso, que el líder elegido para administrar las funciones del estado, declare pública, impunemente, que su misión es la de un infiltrado que viene a derrumbarlo.

Los fieles acólitos que consagran su vida a la preparar el altar del sacrificio de los comunes, acaso ignoren que ese maldito estado no es solamente la feliz o desdichada administración pública, sino también sus poderes, modelos de representación,  su población en todos los estratos posibles y su territorio. 

La autodeterminación es colectiva o no lo es. La libertad es un contrato que excede lo individual y a la vez lo incluye. La diferencia fundante de este nuevo pliegue de la posmodernidad, es que el tan mentado sistema de castas, se consolida con la nueva modalidad que incluye y sustancia la autopercepción del individuo, que mira su ombligo donde no está. 

El objetivo del poder concentrado alimenta la disociación, el individualismo y el presente, tan difuso e inconsistente, como herramientas para el ascenso personal. 

La narrativa que nunca cierra, que sólo se interrumpe para iniciar una nueva, intenta enterrar el sentido cultural e identitario de la narración. Esa antigüedad que significa sentarnos alrededor del fuego para discutir en un mismo lenguaje, para recrear el nacimiento de la lengua, la verdadera libertad de la comunicación. Al decir de Eric Sadin, debemos discutir seriamente la era del individuo tirano, que es en definitiva el cómplice de su propia sujeción, ya no al mito, la herencia o la culpa, sino al deseo de ser para que el otro y la otra no sean.

Entre tanto, más que nunca, la casta está en orden. 

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