Las verduras yacen en un bol de vidrio. Revuelvo con un tenedor los pequeƱos trozos para que los colores se mezclen. El verde oscuro brilla, resiliente; el rojo agoniza sin perder destellos. Naranja y morado completan ese universo de cubos desgarrados, irregulares.
Este hombre, el que observa desde su gris rusticidad, participa de la fiesta como si la viera de lejos; exiliado, ausente. Un dios menor que delinea destinos, que interviene la obra del increado, el primer eslabĆ³n.
El wok clama en su humeante lenguaje de seƱas. Obedece a su destino sin chistar. Exige por sus vĆctimas. Caen en su boca las verduras indefensas. El orĆ©gano primero, luego el ajĆ molido, se lanzan al vacĆo. Burbujeante, un lago de tomates destrozados recibirĆ” la pasta reblandecida. La cocina huele a familia; una memoria necrolĆ³gica que enumera a los ausentes.
Ya casi estĆ” listo el almuerzo.
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