Un cuento de MartĆn Arroyo //
El mĆ©dico comunica el cuadro clĆnico, un fresco de malas noticias. SituaciĆ³n actual de la enferma; fragilidad cardĆaca, respiraciĆ³n asistida. El resto de los detalles son innecesarios. El diagnĆ³stico es desalentador. La informaciĆ³n es mĆ”s que suficiente. Ella sabe que su madre a dejado de ser dueƱa del cuerpo. La incĆ³gnita de no saber que pasa con los pensamientos en Ć©stas circunstancias, la angustia.
EstƔ muy grave pero no hay que perder las esperanzas, dice el mƩdico, eligiendo un tono suave. En esa cara ocupada extensamente por las ojeras, la voz parece de otro. Los ojos dolidos, enrojecidos lo dicen todo.
Lucio, su ex marido llega al sanatorio. Ella pude disculpas por haberlo molestado. Ćl responde con un abrazo que la entibia. El color, de a poco, regresa a sus mejillas. Se quedarĆa allĆ hasta que todo pase. El mĆ©dico pide a la enfermera que le permita a la hija ver a la madre por cinco minutos. La enfermera, lo mira con frialdad y obedece. Indica con paciencia simulada como vestir el equipo obligatorio en cuidados especiales. El procedimiento es inevitable, le dice. Ella agradece y entra en la sala. La madre en la cama, parece mĆ”s pequeƱa. La desconoce. Adjudica la sensaciĆ³n a la penumbra del ambiente. Ella pregunta dĆ³nde estĆ” mamĆ”. No le importa si alguien la escucha. El cuerpo de mamĆ” y mamĆ” ya no estĆ”n juntos. A ella le duele la unidad de su cuerpo, saberse toda junta, ensamblada. No tiene edad para ser tan hija de la madre. No sĆ© da cuenta que se estĆ” acunando en soledad.
El olor del arroz con leche inunda la cocina. MamĆ” grita su nombre, la llama con insistencia. Ella sopla su disgusto en la boca prĆ³xima, espectante de JuliĆ”n. Le pide con ternura que se vean a la vuelta de su casa a la hora de la siesta. Ćl la toma por la cintura y la besa. Ella se suelta y sonriendo le golpea traviesamente el pecho. Camino a la cocina siente en la boca el gusto de JuliĆ”n. Se va acercando a la melodĆa aĆŗn difusa de un tango. Ya mĆ”s cerca entiende la letra. La radio a todo volumen y un olor dulce la reciben en la cocina.
Lucio aguarda en el estrecho pasillo que hace las veces de sala de espera. Se afloja la corbata y se entretiene juzgando como ridĆculas las acotadas dimensiones del ambiente. Ella siempre serĆa la referencia inevitable del amor. No se negaba a la posibilidad de estar con otra mujer, pero el amor era otra cosa. TenĆa que estar allĆ, cuidarla. Ella lo quiere, como se quiere a un buen recuerdo. Lucio sabĆa que no volverĆan a estar juntos, no como el deseaba. Se habĆa acostumbrado a vivir solo. DespuĆ©s de dos aƱos de separaciĆ³n hay dĆas en que lo disfruta. Lo difĆcil de entender no es que ella estĆ© lejos. DifĆcil, es que ella no estĆ©.
A sus ojos, JuliĆ”n es enorme y hermoso. Los aƱos lo han vuelto mĆ”s tierno. La mujer desde la cama sonrĆe con dulzura. JuliĆ”n insiste en que se enamorĆ³ de esa boca que sonrĆe. Su mujer, asegura, es una gran boca que sonrĆe. Ese gigante de brazos fuertes como columnas, acuna y le canta bajito una zamba a la niƱa mĆ”s bella del mundo. La madre sabe que su hombre tiene sus limitaciones. Nunca aprendiĆ³ otra canciĆ³n, pero reconoce que no es necesario porque la misma letra y la misma mĆŗsica se vuelven otras cuando en su oĆdo, cuidan el reposo de su cuerpo desnudo, hĆŗmedo, saciado en la penumbra del deseo. Se transforman en susurro cuando remodela el disgusto de la hija, volviĆ©ndose una nana que encausa el rĆo de dulzura que pide el sueƱo.
Que pensarĆ” mamĆ”? EstarĆ” pensando? Hay orden posible en el reflujo de la memoria? Ella se resigna. No encuentra respuestas que puedan considerarse definitivas.
CĆ³mo explicar, por ejemplo, que cinco minutos parezcan interminables? Se va despacio. Le da la espalda a la madre chiquita y quieta. No la inquieta la culpa. Siente que la madre necesita estar sola. MamĆ” quiere concederse el Ćŗltimo capricho, se dice. Hacer que todo pasado sea presente. La enfermera completa el protocolo. La ayuda a quitarse el vestuario de cuidados intensivos. La acompaƱa hasta la puerta y la despide con el saludo de rigor.
Lucio se pone de pie al verla salir. Le hace bien verla tranquila. Ella lo mira agradecida por su compaƱĆa y lo toma de la mano. Lucio le pregunta como estĆ”. Ella le dice cansada, pero bastante bien. En el pasillo se huele un leve olor a arroz con leche. Le pregunta a Lucio si lo percibe. El dice que no. Ella, mientras caminan hacia la cafeterĆa del sanatorio, le cuenta que su abuela cocinaba el arroz con leche mĆ”s rico del mundo.
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