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sƔbado, 25 de mayo de 2024

Estar del gorro

Por Horacio Orgambide

Un viernes de frío intenso. Mañana gélida, levemente ventosa; pequeñas cuchillas que se ponen de punta y congelan la cabeza calva. Me pregunto, claro que se la respuesta, si no es el día preciso para asumir que la idea antes inconcebible de usar un gorro, termine siendo una decisión inteligente.

Entro a un local, pido con la urgencia del caso un gorro de lana, y la muchacha que atiende me ofrece un par de opciones. Elijo rĆ”pido, color bordó le digo. Me lo pruebo y me veo ridĆ­culo. Me rĆ­o con la imagen que devuelve el espejo.   Soy un viejo pescador de barba blanca, lo que queda como residuo del paso del tiempo. Giro. Ella me ve y habituada a dispensar gentilezas asegura que me queda bien.  La cabeza ahora tibia me causa un placer momentaneo. Posibilita un relato liviano, intrascendente.  

La maƱana sigue su curso. Me voy con ella, para que me conduzca a los lugares de siempre.

MĆ­renme! Reclamo en silencio. No sĆ© pierdan al tipo que de puro y momentĆ”neo epicurĆ­smo desafĆ­a la sentencia de  estar sujeto sólo a uno mismo para ya no ser sujeto. Me abrazo al desafĆ­o del ridĆ­culo.

No hay caso, en la calle con o sin gorro soy uno mĆ”s o, segĆŗn se observe, uno menos.  Un engranaje, una pequeƱa pieza en el silencioso estruendo de la disfunción mecĆ”nica de la convivencia. Me pregunto si estar "del gorro" sigue significando lo mismo que antes en estos dĆ­as, en este ahora. Si ese cĆŗmulo de alientos Ć”cidos que empaƱa los cristales de la esperanza la reavivarĆ” con dibujos de corazoncitos y monigotes tomados de la mano o garabatearĆ” una motosierra que corte todo lazo posible. 

Tan desnudos con este frĆ­o. Tan ausente el loco  mezcla rara de penĆŗltimo linyera y primer  polizonte en el viaje a Venus.  

Entre tanto, la muchacha auriculada reobserva su perfil sinuoso en la amplia generosidad de una vidriera, el anciano apoya el trípode para intentar la imposible aceleración del paso, la niña que anida un pollito de peluche por encima de las trenzas imagina lo que la madre apurada hace mucho dejó de soñar.

Mi pequeƱa euforia de gorro entibiador de calvicies se diluye.

Se llora frente al muro de tanto lamento propio para que algĆŗn dios vuelva de la muerte. 

Miro el semƔforo de la esquina que me precede sabiendo que no darƔ tres luces celestes. Ahora la locura viene sin gorro.

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