Por Horacio Orgambide
Un viernes de frĆo intenso. MaƱana gĆ©lida, levemente ventosa; pequeƱas cuchillas que se ponen de punta y congelan la cabeza calva. Me pregunto, claro que se la respuesta, si no es el dĆa preciso para asumir que la idea antes inconcebible de usar un gorro, termine siendo una decisiĆ³n inteligente.
Entro a un local, pido con la urgencia del caso un gorro de lana, y la muchacha que atiende me ofrece un par de opciones. Elijo rĆ”pido, color bordĆ³ le digo. Me lo pruebo y me veo ridĆculo. Me rĆo con la imagen que devuelve el espejo. Soy un viejo pescador de barba blanca, lo que queda como residuo del paso del tiempo. Giro. Ella me ve y habituada a dispensar gentilezas asegura que me queda bien. La cabeza ahora tibia me causa un placer momentaneo. Posibilita un relato liviano, intrascendente.
La maƱana sigue su curso. Me voy con ella, para que me conduzca a los lugares de siempre.
MĆrenme! Reclamo en silencio. No sĆ© pierdan al tipo que de puro y momentĆ”neo epicurĆsmo desafĆa la sentencia de estar sujeto sĆ³lo a uno mismo para ya no ser sujeto. Me abrazo al desafĆo del ridĆculo.
No hay caso, en la calle con o sin gorro soy uno mĆ”s o, segĆŗn se observe, uno menos. Un engranaje, una pequeƱa pieza en el silencioso estruendo de la disfunciĆ³n mecĆ”nica de la convivencia. Me pregunto si estar "del gorro" sigue significando lo mismo que antes en estos dĆas, en este ahora. Si ese cĆŗmulo de alientos Ć”cidos que empaƱa los cristales de la esperanza la reavivarĆ” con dibujos de corazoncitos y monigotes tomados de la mano o garabatearĆ” una motosierra que corte todo lazo posible.
Tan desnudos con este frĆo. Tan ausente el loco mezcla rara de penĆŗltimo linyera y primer polizonte en el viaje a Venus.
Entre tanto, la muchacha auriculada reobserva su perfil sinuoso en la amplia generosidad de una vidriera, el anciano apoya el trĆpode para intentar la imposible aceleraciĆ³n del paso, la niƱa que anida un pollito de peluche por encima de las trenzas imagina lo que la madre apurada hace mucho dejĆ³ de soƱar.
Mi pequeƱa euforia de gorro entibiador de calvicies se diluye.
Se llora frente al muro de tanto lamento propio para que algĆŗn dios vuelva de la muerte.
Miro el semƔforo de la esquina que me precede sabiendo que no darƔ tres luces celestes. Ahora la locura viene sin gorro.
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