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viernes, 31 de mayo de 2024

Conmigos mismos


Por Horacio Orgambide

Voy perdiendo el hĆ”bito de las reuniones nocturnas en el bar. He trabajado con esmero en la elaboraciĆ³n de excusas que sean admisibles y aunque no han sido ni mĆ­nimamente creĆ­bles, los parroquianos no aƱoran mi presencia. 

Si han simulado un conato de ofensa comĆŗn, pero no mĆ”s que eso. 

Ese supuesto dolor ha favorecido un tema de conversaciĆ³n que de improviso, derramado sobre la mesa, pudo abrirse con desenfado al menos por una noche. 

Siempre hablamos de lo mismo me dije y me respondĆ­ que todo aquello de lo que se hable, esencialmente, termina siendo lo mismo.  

Hay un tercer yo que piensa toda discusiĆ³n  como estĆ©ril  y que habrĆ­a que romper con la dependencia del lenguaje, que aunque nos parezca propio en verdad, nos esclaviza. Somos demasiados en este "multiloquio" dice un cuarto yo que desea un poco de aire fresco.

La duda pasĆ³ de moda, no hay tiempo para volver a preguntar. La construcciĆ³n de una verdad tras otra obliga a actuar en consecuencia. Cuando mĆ”s libertad reclamamos mĆ”s consolidados la dependencia. 

La crueldad es la bandera con la  que se enarbola la suma de causas vacĆ­as de reflexiĆ³n. 

La otredad  ya no nos interpela, evidenciando que el otro, mĆ”s presente que nunca como el distinto debe ser invisibilizado, eliminado. SerĆ”  la hora de la mismidad? 

Terminamos por vernos donde no estamos? 

Acaso yo sea tantos que no los pueda nombrar. 

El "multiloquio" no arroja ni una sola certeza. Todos los que estamos en mĆ­ tramamos estrategias que nos permitan disentir sin fraccionarnos, sin perdernos. 

Concluimos que algunos de mis yoes debe regresar al bar. 

No sabemos cuĆ”l de nosotros  elegir. 

Nos es indispensable recabar informaciĆ³n para que todos mis contendientes internos podamos discutir sobre las interpretaciones ante la supuesta inexistencia de los hechos. Quien decida enfrentar la misiĆ³n deberĆ” alistar el traje de la hipocresĆ­a fundante de toda relaciĆ³n social. 

Una amiga insiste en afirmar que los conflictos se enfrentan con las herramientas disponibles. Mis yoes las andan buscando en el relato que surge entre las luces y las sombras del encuentro en eso que Jorge AlemĆ”n dio en llamar soledad comĆŗn. 

Sobre el final de esta pobre, insuficiente disquisiciĆ³n, se escuchan tambores que sumados unos a otros crean en la multiplicidad de sus funciones una melodĆ­a tribal. Se detienen, arrancan, discuten entre sĆ­ la construcciĆ³n de una melodĆ­a comĆŗn. 

Mis yoes, por primera vez de acuerdo en toda nuestra vida, acuerdan en que tal vez se trate de seguir ensayando. 

Tal vez decimos, sĆ³lo tal vez.

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