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lunes, 14 de abril de 2025

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Luces y sombras sobre los orígenes de los malditos que marcan la historia intestina de una nación

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Hacia fines de 1949, el doctor Antonio Nores Martínez cruzó el Viejo Perro de Pelea Cordobés con otras razas, como el bulldog, bull terrier, boxer y dogo de Burdeos. Recién en 1972, su hermano, Agustín Nores Martinez, fue quien tras larga lucha logró el reconocimiento como raza del renombrado dogo argentino. De allí en más,  admiración y detracción marcaron el rumbo de la inserción social del perro nacional.

Lo llamativo, es que mucho antes, por el año 1897, sin datos de filiación probable ni alcurnia precedente que pueda confirmarse, en los suburbios más miserables de la aún creciente ciudad de Bs. As, un perrito morrudo y blanco con algunas muy pequeñas manchas negras, se hizo ver por esos andurriales donde el hambre y el tango marcaban el latido en la que sería la reina del Plata.

Aunque sin explicación, dogo y blanco, bien argentino, se crío entre inmigrantes, regado por ese fragor de diversas sangres y costumbres. El viejo Edek Wójcik, uno de los primeros migrantes de Polonia, lo tomó bajo el ala, más allá que por el oficio de don Edek como estibador portuario y poco afecto a la higiene ya era bastante, lo apodó por nostalgia cracoviana, el polaquito. Y así las cosas fue dejando de ser cachorro, pero esa, es casi otra historia.


https://youtu.be/Sf6KsDaO_YQ

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