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miércoles, 13 de noviembre de 2024

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El viejo que aún no tiene nombre

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Un cuento de Palmer.

Por Martín Arroyo

Para la mesa de los raros, la aparición del viejo fue tema de conversación. Durante cuarenta minutos, eximidos de autoreferencias, lo obsevamos con detención, haciendo memoria, buscando algún detalle que les permitiera saber quien era, de donde venía. El pelado perdió el interés de inmediato. Prefería la descripción literaria, que  para identificar al personaje elige el proceso inverso. Refunfuñando como es su costumbre, sus dedos flacos tamborilearon sobre la mesa. Yo escuchaba el ruido ahogado por el mantel de tela mientras mis ojos seguían recorriendo cada detalle del perfil del viejo.

En la cabeza grande, el pelo blanco abundaba sin fisuras; bien corto, pegado al craneo, daba testimnio de la mano del peluquero. La punta de la nariz redondeada y gorda, apenas deprimida, abría por debajo unas narinas generosas. El tabique ancho arrancaba desde el seño relajado de cejas pobladas y rebeldes.

Dorita comentó que podría ser su abuelo. No porque se pareciera a alguno de los propios, sino porque andaba necesitando uno a medida, y al no saber como era, podría diseñarlo a su antojo. Para el colorado Baxter, el viejo era un ángel exiliado, viviendo el castigo divino por alguna desobediencia intolerable para cualquier dios. Seguramente dijo, se contaminó con alguna miseria humana y eso, sólo se corrige con una condena ejemplar.

El pelado dió por sentado qué si el castigo era permanecer en éste tugurio de mala muerte, era evidente que a dios en caliente, se le iba la mano. Me hizo reír. Yáñez es tan jodido como gracioso. Ni el mismísimo Girondo, a la cabeza de sus pocas lecturas obligatorias es capaz de redimir su cinismo.

El último recurso era el chino. El mozo del Piccolo es un acumulador compulsivo de comidillas barriales y como buen zorro viejo, tiene variados recursos para recabar información. Cuando le preguntamos quien era el fulano, chino se mostró decepcionado. No hay manera che, me dijo. Habló bajito para contarnos que con la excusa de la bienvenida y deseando que fuera cliente del ya tradicional establecimiento gastronómico usó todas las armas a su alcance para recabar algún dato. El viejo dijo que se limitara a llevarle un café apenas cortado. Para chino la derrota fue contundente al punto de hacerse de otro enemigo secreto, como tantos que ya tenía aunque por otras razones. 

Dorita aseguró que con ese carácter de mierda no reunía las condiciones que le eran indispensables para ser su abuelo. Baxter insistió con su teoría angélica y el pelado con su aire de suficiencia le pidió tranquilidad al chino. Yañez sostenía con vehemencia la teoría de que todo viejo soberbio y mal educado era tira jubilado. Nunca amplió lo suficiente la definición pero su certeza era inamovible. Es como te digo mí viejo, sentenció, sonriendo satisfecho, para después recostar su frágil osamenta sobre el respaldo de la silla.

Seguí mirando al viejo. Su cuello corto, grueso; los hombros anchos, la camisa cuadriculada en verde y azul, el jersey gris con escote en ve. Un desconocido impecable. Si no podía descubrir su identidad, al menos intentaría construirla. Dar vida nueva al ocaso de una existencia misteriosa era un capricho digno de los dioses. Crear una verdad posible. Tal vez la verdad se trate solo de eso.


Nota del copista: Pido al lector que no se difunda mí comentario. El viejo se convertiría para Palmer en una obsesión. No sería la única, pero ninguna regresó a sus escritos con tanta frecuencia. Y con respecto a la creación de lo que sea, en su pensamiento rondó la idea de que siempre será un intento humano emular, aunque sin el mismo genio, la invención del todo.


Nota del autor: En el párrafo en el que hago mención al capricho digno de los dioses, ironizo sobre mí propia incapacidad creativa.

Cualquier otra especulación teórica sobre el asunto queda a cargo de los lectores.



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