Cuando afloja el frĆo, la mesa que reĆŗne a la caterva se arma afuera. El barrio no es de lo mĆ”s confiable, pero el bar La Gloria es todavĆa un tugurio que merece cierto respeto. Dicen que el caquerĆo zonal considera a los desarropados de los que formĆ³ parte, desechos que pertenecen a la misma menesunda. Aunque transitamos distintas trayectorias andamos perdidos en el mismo laberinto. Acaso estos vejetes pongan en acciĆ³n su vetusta experiencia e intuyan por donde estĆ” la salida pero tampoco la encuentran.
La orden es siempre la misma. CafĆ© para todos y dos ginebras: una para el viejo RodrĆguez y la primera de varias mĆ”s por venir para el tano Richetti. El Chocho Maltarenz estaba sentado desde temprano. Como fue el primero en llegar se tomĆ³ el trabajo de sacar sillas y mesa a la vereda. Sabemos de su dificultad con los horarios y apenas arribado el resto de la banda, insistiĆ³ con su voz suave con que la reuniĆ³n desde siempre ha sido a las nueve.
Ponele, dijo el loco Dedello tomĆ”ndolo de los hombros con una sonrisa. El loco, cuando la temperatura supera los 15 grados mejora el humor. Advierto a quien lea estas lĆneas, que para Dedello mejorar el humor no es ni remotamente la posibilidad de escuchar castaƱuelas, cornetas, serpentones, cornettos o sacabuches, pero se hace un poco mĆ”s accesible.
Ya desparramado en la silla, y mientras intentaba organizar la inmensidad de su cuerpo en reposo, el viejo RodrĆguez cuenta que por primera vez en su vida, pudo recordar en detalle la pesadilla, en este caso, de la noche anterior. El mirlo GĆ³mez enderezĆ³ la espalda y con gesto melancĆ³lico, meloso, entonĆ³ un pĆ”rrafo de aquel tango de CobiĆ”n y CadĆcamo "Como un sueƱo". Pensar que fui el estudiante soƱador y tĆŗ la humilde y bella flor que perfumaba mi sentir. DespuĆ©s de alargar "sentir" dejando que la i se extienda con el correspondiente vibrato nos mirĆ³ a todos. Meneamos la cabeza con afectuosa resignaciĆ³n. El Chocho intentĆ³ una reflexiĆ³n sobre el amor platĆ³nico en estos tiempos, pero disimulĆ³ con un gesto de cierto desconsuelo y cerrĆ³ la boca para luego abrirla y vaciar en ella la taza de cafĆ©.
Para los lectores habituales de esta colunma, es de suponer que el viejo RodrĆguez a esta altura de la soireĆ©, deberĆa estar en diĆ”logo con Orfeo, pero no.
Y de quĆ© se tratĆ³ la cosa, intervino el tano Richetti, que compila con esmero toda frase inĆŗtil que ande por ahĆ. El loco Dedello, como tomando distancia de lo que se venĆa, cruzĆ³ de brazos y se dispuso a esperar el relato. Desembuche RodrĆguez, dijo el mirlo, palmeando suavemente la espalda del hoy insomne.
El viejo pidiĆ³ su ginebra y nos observĆ³ con esa mirada vacuna que lo caracteriza.
"Hace calor, demasiado. Voy andando por una calle muy angosta". El viejo se clava la ginebra, chasquea los labios y sigue.
"Al fondo de esa calle hay una torre alta y allĆ arriba mucha gente baila, rĆe y chupa de lo lindo. Una morocha caderona me pega el grito y me dice que suba. Que si llego hasta allĆ” arriba tengo premio. Cuando bajo la vista veo una figura enorme que clava sus ojos negros en los mĆos. Retrocedo, pero la calle ya no estĆ” a mis espaldas. Un paredĆ³n de concreto me cierra el paso. Por lo que veo, estoy seguro de que el mamotreto no me dejarĆ” pasar. En el sueƱo soy el muchacho que fui: largo, de espaldas anchas y brazos firmes. Para ese entonces ya me habĆa trompeado con los mĆ”s pesados del barrio y venĆa invicto". El viejo transpiraba. SecĆ³ la frente perlada con el brazo derecho y volviĆ³ al relato. "Inflo el pecho y lo encaro. A mi no hay bicho ni cristiano que me diga lo que hacer, me digo. Esa mezcla de titĆ”n y animal inmenso me pega un cachetazo y voy a parar contra el paredĆ³n. Caigo tras pegar con la espalda en el muro. El bicho se acerca y en cuclillas me habla con una voz suave que pensĆ”ndolo bien, no corresponde al tamaƱo del cuerpo. Tranquilo pibe, no te hagas romper los huesos. Por mĆ”s que quieras, no hay forma de subir. Vos estĆ”s para otra cosa. Lo que ves en la torre es mi prĆ³xima cena. Perdone don, le digo, mientras me levanto a duras penas con el cuerpo dolorido. ¿PodrĆa decirme dĆ³nde estĆ” la salida? Ya de pie y con una risa ronca me dice: no hay salida". Para ese entonces del relato el tano tenĆa los ojos llenos de lĆ”grimas, el loco estimaba paralelismos entre el sueƱo y la trampa del liberalismo, el mirlo no encontraba en su memoria un mĆsero tango para musicalizar la historia y el Chocho intentaba construir en su cabeza la imagen del momento en que PasĆfae y el toro de Creta reunieron desnudeces para concebir al Minotauro. Y asĆ terminĆ³ la pesadilla. dijo el viejo. Le preguntĆ© si tenĆa en mente el significado y el viejo, sonriente, me dijo que si. A partir de ayer a la noche decidiĆ³ no entrarle a la paella a la hora de la cena e inmediatamente, ya relajado, regresĆ³ a su plĆ”cida narcolepsia.
Ya en casa, entre tachaduras y correcciones de rigor, releo en el encabezado de la nota la palabra laberinto: estructura en forma de nudo espiral con un solo camino de salida. Pienso en la arquitectura de la vida. El diseƱo de los sueƱos y las pesadillas; que dado que no hay salida y a pesar del cagazo, habrĆ” que pensar en enfrentar al monstruo. Casi seguro que nos comemos ese mismo bife a mano abierta que se llevĆ³ puesto el entonces adolescente viejo RodrĆguez.
Pagamos la cuenta. En esta oportunidad cada uno se hizo cargo de lo propio. Cada quien se llevĆ³ en su cabeza el monstruo privado, el elegido. Se levantĆ³ una ventolera fresca, de esas que momentaneamente nos distraen de las preocupaciones. No sĆ© que hicieron los demĆ”s pero yo, caminĆ© hasta casa mirando al frente y rogando no cruzarme con algĆŗn festejo ajeno.
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