Debo llegar a casa antes de que anochezca. Camino por un sendero angosto custodiado a ambos lados por una formidable frondosidad. Los árboles se erigen con soberbia esbeltez; entrecruzan sus ramajes como si quisieran protegerme. Falta poco. Es indispensable llegar y ordenar cada fase del encierro obligatorio. En estas noches soy impredecible.
Veo un grupo de hombres al final de la calle. Aceleran el paso. Corren hacia mí. Veo en sus manos palos, cuchillos, cadenas. Puedo olerlos, están sedientos de sangre. No temo por mí, temo por ellos. Sonríen confiados, embravecidos. Me conciben como la bestia a desollar. No imaginan que el ingreso a la noche sella nuestros destinos. Miro al cielo y entre los resquicios del follaje la luna ahora redonda y bella en pocos minutos más será definitivamente roja.
Pasa lo único que puede pasar.
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